Muchos estudios han mostrado una asociación inversa entre la actividad física (PA) y el riesgo de enfermedad coronaria, pero la evidencia de los beneficios de la PA después de padecer un infarto de miocardio (MI) sobre la reducción de la mortalidad es limitada. Recientemente se han publicado los resultados de un estudio (Al-Shaar y col, 2020; Med Sci Sports Exerc 19-feb; doi: 10.1249/MSS.0000000000002309) en el que se siguió la evolución de pacientes supervivientes a un MI. Se calcularon los cambios en PA a corto y largo plazo, antes y después del MI, y los pacientes fueron categorizados en aquellos que aumentaron, disminuyeron o mantuvieron la PA realizada. Los resultados mostraron que durante una media de 14 años de seguimiento de 1651 MI no mortales de manera aguda, se documentaron 678 fallecimientos, 307 debidos a causa cardiovascular. Comparando los hombres que mantuvieron una baja PA antes y después de MI, aquellos del mantuvieron alta PA tuvieron un 39% me menor riesgo de todas las causas de muerte, y aquellos que incrementaron la PA de a antes a después del MI tuvieron un 27% de menor riesgo de mortalidad. Caminar ≥ 30 min/día después de MI se asoció con un 29% de menos mortalidad, independientemente del ritmo, y por ora parte el ritmo de la caminata después de MI se asoció inversamente con la mortalidad. Los autores concluyeron que mantener altos niveles de actividad física o aumentar la actividad física después de padecer un infarto de miocardio, se asoció a menor tasa de mortalidad entre hombres supervivientes a un infarto agudo de miocardio. Por otra parte, el tiempo de caminata y el ritmo de esta se asociaron inversamente con la mortalidad.
No hay dudas sobre la conveniencia de incluir la actividad física como parte del tratamiento de pacientes que han sufrido una patología coronaria. Se podrá discutir la modalidad, la frecuencia, la intensidad o la duración del ejercicio, pero nadie va a discutir a estas alturas su contribución al mejor pronóstico de estos pacientes.